Autorretrato


Juan A. Hernández. García

El Camino

Nací en 1977 en Las Palmas de Gran Canaria. No recuerdo cuándo cogí mi primer lápiz o cuando traté de expresarme mediante el dibujo, pero mis padres recuerdan una especie de Superman muy original, que me hubiese encantado conservar. Al parecer orinaba en contra del viento y la capa ondeaba hacia atrás, por el viento, claro!!! jajaja. Sin embargo, recuerdo algunos de mis Naranjitos, con posturas y acciones distintas, yo creo que me inventaba mi propia serie sobre la marcha.
Dibujaba en el suelo, prácticamente me acostaba sobre el papel, así podía protegerlo rápidamente si aparecía por allí mi hermano Marcos, que si me pasaba mucho tiempo en mi mundo me los pisaba "sin querer", y yo me envenenaba mientras él miraba hacia atrás por encima del hombro, como escondiendo la boca para que no me diese cuenta, o si, de que se estaba partiendo de risa y saliera corriendo tras él …y jugar. Yo aún no era consciente, pero me entrenó en paciencia, una herramienta que me haría falta en adelante para no frustrarme en cuanto algo no salía como yo quería. Y lo más importante de todo, me enseñó a jugar.

Pero hay unos recuerdos que fueron la semilla para que hoy sea un pintor profesional. Probablemente, sin este recuerdo hoy me dedicaría a cualquier otra cosa. Siempre lo tengo presente, con una nitidez absoluta. No sólo recuerdo las imágenes y fragmentos de conversaciones, recuerdo su mirada mirándome, la seguridad y la felicidad que sentía, cuando mi hermana Belinda se sentaba a pintar conmigo y me explicaba, y me elevaba, siempre me elevaba por mal que lo hiciera, su paciencia y su amor, fueron mi referencia, la luz de mi camino. Mi primera gran maestra!

Siempre fui buen estudiante, pero llegado el momento no me fue posible cursar los estudios de Bellas Artes. La vida, aparentemente me llevaba por otros derroteros y comencé a estudiar Automoción. Mi padre era un gran mecánico y me gustaba pasar tiempo con él. Aunque no era mi pasión, aprendí muchísimo y descubrí un mundo nuevo, lleno de posibilidades creativas. Empecé a comprender cómo funcionaba prácticamente cualquier máquina o aparato que usamos diariamente y a desarrollar un nivel de pensamiento distinto, lógico y también creativo. En varias ocasiones pude ayudar a mi padre a resolver un problema mecánico partiendo de un dibujo. Mi padre miraba al cielo cada vez que le decía que quería ser pintor, bajo esa etiqueta de machango chiflado con pijama de lunas que va haciendo todo tipo de disparates mediáticos, o como diría él: "Un tolete". No quería que ninguno de sus hijos se convirtiesen en toletes, pero confiaba en mi y yo se lo agradecía mucho. Me decía: "Juan , estudia lo que te gusta y trabaja de lo que puedas" y luego añadía "…pero hagas lo que hagas, hazlo bien". La primera vez en mi vida que pisé lo más parecido a un museo, fue con él. Me llevó a un cementerio, al de Vegueta, y andamos alrededor de las esculturas y panteones, y vimos relieves… fue un día inolvidable.

Llegaron los primeros encargos, yo no podía creérmelo, empezaban a pagarme por dibujar o pintar, sentía que pasito a pasito, algún día, podría ganarme la vida así. Tenía que pintar en la tapia exterior de un recinto varios logotipos y alguna leyenda, pero no me informe mucho ni de donde, ni en qué condiciones, sólo deseaba empezar. Tampoco tenía medios para ir, así que ésta le tocó a mi madre. Aún me pregunto cómo no me dijo que no. Supongo que mi cara era pura ilusión y ella no quería quitarme ese momento. En ese entonces era costurera y se partía la espalda y la vista cosiendo. Yo hoy no puedo comprenderlo, pero me apoyó, me apoyó y nunca me dijo ni ay.
Durante días o semanas, ni recuerdo cuántas horas todos los días, mi madre metía su trabajo en el coche y nos adentrábamos en un barranco infestado de lavadoras muertas, escombros y aguas fecales, hasta un punto en el que ya no podía seguir. Entonces yo cogía mi mochila con mis pinturas y continuaba a pie saltando muros y zanjas y ahí dejaba a mi madre, cosiendo dentro de un Seat Panda en medio de un barranco indeseable con un olor nauseabundo. Ella me apoyaría hasta el fin del mundo, siempre lo hizo. Yo aprendí que para conseguir mis sueños no todo vale.

Ya era capaz de trazar a mano alzada líneas derechas, círculos perfectos, geometrías, la matemática aplicada,….frío, y más frio…. ya no podía hacer Supermanes que se meaban encima, hasta había perdido el gusto por sentarme frente a un papel, ya no podía avanzar más y sentía que había tocado techo. Mi cuadratura se había convertido en mi frontera. ¿En qué me habría equivocado? ¿Acaso no lo he hecho todo "perfecto"? Esto me lo enseñó mi hermana Noelia en una noche espirituosa en Tenerife:,"¿Qué es perfecto Juan?". Siempre hemos tenido la capacidad de leernos el alma, y esa pregunta fue su respuesta y mi salvación. No me aceptaba, sólo pintaba esperando un "¡Que bien Juan, está "igualito"!" de quién fuese. Esa misma noche me atreví a exponerme e hice un dibujo totalmente creativo, que narraba una conversación filosófica que manteníamos en aquel momento. Era horrible, quizás, peor aún, y lo conservo porque ella lo guardó durante más de veinte años y le dio el valor que a mi me faltaba. Ella me enseñó a salirme por fuera y a escribir sin rayas. Me enseñó a ser y a aceptarme en mi perfecta imperfección.

Habiendo acabado los estudios de mecánica, me matriculé en la antigua Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Las Palmas de G.C. para hacer un bachiller de arte. Encontré grandes maestros como Jose Luis Marrero, Mary Pino, Lidia, Juan Márquez,... y tuve la oportunidad de tocar diferentes disciplinas como la piedra, la madera, la forja, el vaciado o la cerámica. Alli conocí a un profesor que era distinto al resto, implicado con los alumnos y con la sociedad hasta las últimas consecuencias, Sixto Francés cambiaría mi forma de mirar. Me enseñó a ver y comprender. Le encantaba que defendiéramos nuestras ideas y le lleváramos la contraria, quería que pensásemos por nosotros mismos. Después de tantos años, seguimos manteniendo la amistad, pero se enfada cuando le llamo maestro. Bueno, ya no se lo digo para no fastidiarle, pero él sabe que así lo siento.

También realicé un Ciclo Superior de Diseño Gráfico. Acababan de inaugurar la nueva Escuela de Arte en San Cristobal, pero me encontré con muchas carencias materiales y un profesorado sin interés alguno. Una verdadera decepción. Afortunadamente, conocí a alguno que sentía y se ganaba su sueldo con creces, como Teo Mesa. Cuando recuerdo ésta época sólo tengo buenas experiencias de sus clases. Por entonces yo ya trabajaba de diseñador en una imprenta, en Gráficas ABEMAK. Ahí me forjé muy bien como diseñador, tuve un equipo de compañeros excelentes y me enseñaron cada rincón del oficio.

No voy a seguir nombrando cada una de las personas que me hicieron crecer, son muchas más y no estoy contando a mi endocrino. A todas ellas, les estaré eternamente agradecido!!!

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